La ciudad es un inmenso collage arquitectónico en el que se intercalan casas coloniales y construcciones actuales. Unas resueltas a conservar sus esquinas sin ochavas, las otras decididas a adueñarse del paisaje, hacen del presente un particular tiempo-espacio determinado a remitir permanentemente al pasado.
Esa es la primera impresión que se tiene de Diamante cuando uno transita incipientemente sus calles. La segunda llega de inmediato y se trata más bien de una sensación de tranquilidad, de letargo y hasta de nostalgia que invade el cuerpo y cautiva, que convence de apaciguar la marcha.
Tiene Diamante además un desprecio geográfico por la linealidad. Cuestas y declives componen su terreno distintivo, una representación cartográfica que repentinamente posiciona ante empinadas calles y abandona a la contemplación de panorámicas de todo lo que la naturaleza ofrece por lo bajo. Y por lo bajo están el río y los árboles y la arena. Por lo bajo los atractivos la elevan, la convierten en una ciudad turística; la privilegian con playas y la ilusionan con termas.
La ciudad es un inmenso collage arquitectónico en el que se intercalan casas coloniales y construcciones actuales...